Todos los días se me mueren flores. Algunas nadie las ha visto -sólo yo- y mueren igualmente. Son bellas sin más, con una belleza inútil para los hombres, que, absortos, jamás gozarán de ellas. Yo contemplo como, mustias, regresan a mí, su engendradora madre. Y tierna las acojo para renacerlas. No hay nada triste en ello.
Me duelen más aquellas arrancadas por codiciosas manos, violentas, sin escrúpulos, pues, en mis pesadillas, las veo perderse para siempre.
Pero yo sé que, al fin, todo regresa a mí, y que algún fingido poeta sufrirá de madrugada el delirio de mi fatal angustia.