Siempre quise ir a Japón. Me fascina su cultura, pero sobre todo comer sushi con palillos vestida con mi kimono de seda.
Cada vez que me lo pongo, con absoluto cuidado y parsimonia, inicio el ritual de convertirme en mi propia geisha. El objetivo es procurar agradarme lo máximo posible.
¿Quiere usted que le toque el shamisen? Y yo me respondo: sí por favor.
¿Quiere que le cante aquella canción que habla de cómo las libélulas danzan alrededor de los nenúfares? Como no, me digo a mi misma.
Después inicio la ceremonia del té en la que nunca falta el de camelia. Si estoy de buen humor me tomo un vasito de sake.
Me encanta ser mi propia geisha porque ¿quién me va a cuidar mejor que yo?