En las grandes ciudades el viento sólo entra en camiones. Esos eolos de metal que para hacerse los importantes tienen que hacer un ruido infernal con su motor para impresionar a los turistas. A veces, un convoy atraviesa a toda velocidad para demostrar que ni los trenes, esos vientos paletos que corren por el campo, pueden urbanizarse, ya que no consiguen entrar si no es por túneles, domesticados y previsibles. Sólo su chirriante y quejumbroso vocerío nos recuerda su falta de urbanidad y su brutal campestrería.